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La triste Navidad de Arbín, arrasado por la guerra en Siria
Miércoles, 26 de diciembre de 2018
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Desde 2011, murieron al menos 360.000 personas. Este pueblo estaba en manos rebeldes y fue recuperado por las tropas de Al Assad.
En la iglesia de San Jorge de la ciudad siria de Arbín, cerca de Damasco, Nabil al Aash desempolva libros religiosos e inspecciona las cicatrices de guerra de este lugar de culto cristiano. Arbín, en el antiguo sector rebelde de Guta oriental, fue reconquistada este año por las tropas de Bashar al Assad. Estas Navidades los ánimos no estaban para fiestas. El panorama es más apocalíptico que navideño, con edificios reventados, calles llenas de escombros, carcasas de coches calcinados, consecuencia de una guerra que ha causado más de 360.000 muertos desde 2011. Una síntesis de la guerra en Siria.
La iglesia de San Jorge, la única de esta localidad, está vacía. “Aquí no hay fiesta, las casas de los cristianos están destruidas, su iglesia destrozada”, lamenta Al Aash. La reconstrucción de este edificio de 1873 “necesitará mucho tiempo, esfuerzo y dinero”.
“No queda ni una imagen, todas fueron quemadas o robadas, algunas tenían un gran valor histórico”, dice este hombre de 55 años, acercándose al altar. “También hemos encontrado cruces rotas”. Él huyó de Arbín en 2012 debido a los intensos combates y al asedio impuesto por Damasco. Regresó este año. El primer lugar que visitó fue la iglesia de San Jorge. “Casi me desmayo viéndola. Crecí en esta iglesia y en ella pasé todas las Navidades, el ambiente rebosaba de alegría”, recuerda, emocionado. Este espíritu festivo “no volverá sin el regreso de los habitantes y de los feligreses”, añade.
Después de semanas de diluvio de fuego contra Guta oriental, a las puertas de Damasco, en abril las fuerzas progubernamentales reconquistaron la región, con la ayuda de la aviación rusa. Esta ofensiva causó más de 1.700 muertos civiles y provocó el éxodo masivo de la población.
Antes de la guerra, Arbín albergaba una minoría cristiana de unas 3.000 personas, según su alcalde Jalil Tohmé. Por el momento regresaron pocos. “Sólo cinco cristianos visitamos regularmente la localidad, los otros vienen de vez en cuando para inspeccionar sus casas, en su mayoría destruidas”, cuenta Nabil al Aash. Hace poco comenzaron las obras de restauración de edificios dañados. A unas decenas de metros de la iglesia, Joseph Hakimé da instrucciones a un obrero que pinta los muros de una casa subido a una escalera. El empresario tiene que terminar la renovación de la casa en unos días. Le esperan otras tres obras similares, además de la restauración de la suya.
“Nos preparamos para el regreso una vez que los servicios y las infraestructuras estén garantizados. Llevará tiempo”, dice. Sentado en un tarro de pintura, este cristiano de Arbín, de 29 años, lamenta la ausencia de celebraciones. “Espero que el año que viene todo vuelva a ser como antes: abetos, adornos, cánticos y oraciones”.
La tristeza de Arbín contrasta con el espíritu festivo que se respira a unos kilómetros, en Damasco, iluminada para celebrar la primera Navidad desde que el régimen arrebató Guta Oriental a los rebeldes. En la plaza de los Abásidas hay un abeto de 30 metros de alto.
En el barrio de mayoría cristiana de Qasaa, en el este de Damasco, se ven las luces de las guirnaldas de los abetos a través de las ventanas de las casas. Pero otros, como la familia de Riad Rajiha, instalada en la ciudad desde su huida de Arbín en 2012, no tienen ganas de fiestas. “¿Qué sentido tiene un abeto adornado en una casa que no es tuya?”, se pregunta Rajiha. Un viejo álbum de fotografías da fe de cómo se celebraba antes la Navidad en su ciudad natal. Se ven arañas de cristal junto a imágenes religiosas y bancos de madera repletos de feligreses. “Nuestras raíces están allí, al igual que todos nuestros recuerdos”, explica este sexagenario que sueña con poder pasear un día con sus nietos por Arbín. “Nací en Arbín, viví allí, y en ella quiero morir y que me entierren”.
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