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“Mamá inventó un juego para que vayamos a dormir sin saber que no teníamos para cenar”
Lunes, 4 de noviembre de 2024
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A los 18 una vidente le anunció mucho más que este presente. Y aquí revela cómo la cocina la eligió desde una infancia “de lucha y sacrificios”. Por qué la apodaban Lucero. El bullying. El secreto que aniquiló su sueño de casarse. Si planteásemos su historia como un menú, de seguro la gran entrée sería la figura de la nonna Nina, líder de un linaje de grandes cocineras para quienes “la comida era una muestra de amor” y, según menciona, “quien marcaría mis pasos para siempre”. Todo el mundo quería a Antonia Francisca Caramia, la tarentina que a sus 15 dijo adiós a Crispiano desde la popa de un barco con el pesar de tanto que jamás evidenció. A cada beso de llegada a la vieja casona de la calle Monroe, en Urquiza, le seguía un ‘ya te preparo unos fideítos’, que se comían, claro, “después de la inefable sopita, así fuese el peor de los veranos”, recuerda. “Ella daba lo que no tenía a quienes más necesitaban. Yo la vi compartir sus platos con la gente de la calle. Su casa era de puertas abiertas y no solo sabía recibir, la nonna Nina sabía abrazar”, describe sin dejar de subrayar cuán reflejada se siente a la distancia. Jimena no olvida los paseos de su mano por la feria barrial en la que desfilaba “con los labios rojo fuego, de peluquería y muy bien perfumada”. Es que, además, Antonia era “tan coqueta” que “se levantaba de madrugada para arreglarse frente a su espejo, porque nadie podía verla jamás sin maquillaje”. Y es entonces que se quiebra.
Todo eso que Jimena encontraba al filo de la mesada de la nonna, no era más que soltar una pasión que había sido macerada durante tantas horas frente a la pantalla de Buenas tardes, mucho gusto (Canal 13), en las que Petrona Carrizo de Gandulfo, Blanca Cotta o Choly Berreteaga, despertaban sus habilidades. “Algo que solían padecer mis hermanos cuando les hacía probar lo que cocinaba jugando a hacerme la cocinera de televisión”, recuerda de las épocas previas a su adolescencia, en la que, dicho sea de paso, fuese conocida en el barrio por las ventas de sus tortas. Jamás existió vocación que le ganase. “Lo tenía clarísimo”, anticipa. “Era muy buena alumna, siempre abanderada. Por lo que, en el secundario, muchos daban por hecho que yo sería médica, abogada o científica. Y cuando un día comenté que había elegido dedicarme a la gastronomía, todos lo subestimaron: ‘¡¿Entonces para qué estudiás tanto?!’, se burlaban. Y mirá…” –bromea la anfitriona de Escuela de cocina (Canal 9)– “…¡Ahora nadie puede creerlo!”.
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