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“Crecí frenando a mis padres para que no se mataran, golpes, platos rotos y policía”
Miércoles, 1 de noviembre de 2023

Triunfaba en High School Musical, la selección pero en casa sobrevivía “en silencio” a 7 años de “infierno violento”. Odio de que lo viesen bailar. Incomodidad con su cuerpo. Fobia a las tormentas. Crisis de ansiedad y “falsificaciones”.


El enojo de su madre al descubrir el amorío con su compañero de elenco 11 años mayor. El terror a su padre y la carta que lo hizo llorar. Herramientas de un hombre que confiesa: “Nunca me autopercibí niño”.

Esta es la historia del niño que temía a las tormentas. Un terror que viró a fobia cuando “el filtro de los Ingalls comenzó a desmoronarse”, tajando su infancia en dos y dejando al descubierto una acerba realidad que se haría insoportable. Desde entonces, “el caótico modo de relacionarse en casa” lo aventó a la búsqueda constante y aún vigente de una familia “normal, al menos amable”. Sí, los escenarios supieron adoptarlo pero el abrazo de la gente no alcanzó, o mejor dicho, él no acepta que eso baste. Así bien podría ser la sinopsis de un lapso definitorio en la vida de Fernando Dente (33), que hoy se atreve a desandar con “la mirada crecida” y el chiquito que fue, “ya muy bien contenido”.

Se trata del “Fer de 10 años, culposo, frustrado y tantas veces incomprendido”, quien se llevó los honores de aquella carta pública que (en 2018) representó mucho más que un coming out respecto de su orientación sexual. Porque, en definitiva, se trató de una reivindicación de sentires y emociones de aquel entonces. De su mano, exploraremos cinco años claves en el camino a entender que “la felicidad es un derecho pero también un gran deber”. Hoy, dice mirarlo con admiración al redescubrirlo en cintas viejas de videos caseros o en la revisión de su debut profesional, cuando “se hace inevitable recordar todo eso que pasaba acá, en el alma, y en silencio. Entonces me lloro todo y nada me gustaría más que regresar a darme un abrazo y decirme: ‘Hey, tranquilo, la vida ya se acomoda. Todo va a estar bien’. Ese niño siempre está, en las buenas y en las malas, como punto de partida y de referencia”, cuenta. “Para honrarlo, salvarlo o vengarlo, pero siempre muy presente”.

Ya era muy amigo de la soledad “tan compañera” cuando comenzaron a sonar las primeras alarmas. Fue el menor de cuatro hermanos (con más de una década de distancia del próximo inmediato) a quienes no veía ni a la hora de cenar. “Me crie como hijo único. Y empecé primer grado al mismo tiempo que mamá sus estudios de abogacía. Por lo que pasaba demasiado tiempo solo en una casa que se hacía cada día más inmensa. Y, tan adicto a la televisión, no hacía más que estar tirado en un sillón hasta las 3 de la tarde. Esa era la hora en la que Olga (la empleada) se iba e iniciaba, entonces, la búsqueda del gran tesoro”, relata.

Se refiere a “dar vuelta la casa” hasta encontrar la llave con la que sus padres resguardaban algunas golosinas. “Comía mucho y desaforadamente. Podía clavarme tres alfajores seguidos sin siquiera sentir placer por eso. Hoy entiendo que fue parte de mi aburrimiento pero también la consecuencia de una angustia profunda”, analiza. Así afrontaba la frustración de no lograr frenar los atracones ni encarrilar su alimentación con “todos los nutricionistas habidos y por haber”, y la inconformidad respecto de su imagen. “Cada mañana, mamá me preguntaba: ‘¿Cómo amaneciste?’. Y yo respondía: ‘¡Gordo!’. Porque ser gordito fue un estigma que padecí mal”, señala. “Recuerdo que me metía debajo de la ducha bien caliente y saltaba para transpirar todo lo que pudiese. Me sentía muy incómodo con mi cuerpo y, desde este lado de la historia, creo que ese sentimiento iba mucho más allá de la apariencia”.

Crecer traía otra mirada del contexto. “El velo de la idealización se corrió y empecé a entender que el vínculo entre mis padres no era sano. En términos de hoy sería megatóxico”, rotula. Ese primer tránsito representó el origen de muchos de sus miedos. Y hasta más que eso. “Desarrollé una fobia que duraría años”, revela. Cierto verano y “tras presenciar una fuerte pelea en la que se debatía la separación”, Fernando quedó sin compañía en la casa familiar de La Martona, Cañuelas. El temporal desatado inundó las inmediaciones. “Y me desesperé como nunca”, recuerda. La idea del “desamparo”, en todos sus sentidos, hizo que las tormentas fuesen sus peores enemigas. “Desde entonces, y tan chiquito, me convertí en meteorólogo. Sabía qué nubes eran de frío y cuáles de agua. Y cuando comenzaba a llover, perdía el control de mi cuerpo y llegaba a desvanecerme. Me dormía tapándome los ojos y los oídos para no ver el resplandor de los relámpagos ni escuchar el sonido de los truenos. Sufría terriblemente, tanto que antes del inicio de clases mamá se reunía con los directores para advertirlos de mi problema y tomar recaudos. Fueron tiempos horribles”, sentencia.

A la par de las circunstancias hostiles, que nos ocuparán luego, Fernando fue descubriéndose, aunque con cierto recelo. La pared totalmente espejada del piso de Flores era, por lo menos, “irresistible”, define. “Y el living, al ritmo continuo de MTV, se convirtió en mi salón de danza. ¡Pero a puertas cerradas!”, advierte. “Si alguien entraba me ponía histérico. Cuidaba que nadie me viese y, mucho menos, opinase sobre lo que yo hacía. Ni para bien ni para mal. Necesitaba saber, en total privacidad, de qué se trataba esa energía que me hacía sentir más seguro, más seductor, más atractivo. Había algo ahí, en esas expresiones, que no sabía traducir. Porque en aquel tiempo podría haber estado un tanto perdido pero muy encontrado desde lo intuitivo”, subraya.

Hasta entonces, Dente sólo había querido ser jinete. Pero la crisis económica de 2001 no sólo se llevó puesta la casa de Cañuelas sino también la posibilidad del pago anual en el Club Alemán de Equitación, porque en la ciudad todo era más caro. “Ese fue otro golpe duro para mí, porque era el objetivo de mi vida. Un camino del que nunca dudé”, dice. “Hubo que elegir: cuota en el hípico o en Río Plateado, la escuela de Hugo Midón, donde ya venía tomando clases. No lo pensé demasiado. Ya no me subiría a un caballo, pero sí al escenario de mi primer musical, Derechos torcidos (2005). Esta vocación enorme y yo quedamos cara a cara, y me dijo: ‘¿Qué vas a hacer ahora?’. Mi vida cambiaría para siempre”.

Tenía casi 14, estaba tomando “la primera decisión consciente” de su historia y enfrentando una paradoja: “Quería escapar del colegio pero no volver a casa”, revela. Cada opción resultaba un tormento más o menos parecido. Nunca terminó la secundaria. Y hasta donde resistió, pasaba las clases “con la cabeza entre las rejas, fuera de la ventana, para respirar la libertad, como si se tratase de una gran cárcel… Porque eso era para mí”.

El hastío desataba la ansiedad. “Transpiraba. Me latía el corazón. No toleraba escuchar nada y a nadie. Quería irme. A clases de teatro, a ensayar, a pisar un escenario... ¡Pero irme de ese lugar! Todo me parecía una porquería. Y cada vez que repartían las hojas en un examen, sólo escribía mi nombre y la entregaba, haciéndome cargo de las consecuencias: ‘Póngame un 1, en este momento no puedo resolverlo’, le decía al profesor.

Además, tan autogestionado, falsificaba todo, todo, todo… Después de todo, mi casa estallaba. Era un quilombo. Entonces, nunca jamás tuve que mostrar ni siquiera un boletín”. Y muy a pesar de “la conchuda de Geografía” que alguna vez le sugirió que se olvidase de soñar porque “este medio es sólo para los tocados con varita mágica”, un año después, el inicio de su carrera profesional -”o esa probadita del mundo real”- liquidó cualquier intento de asistencia. El interés se había esfumado mucho antes.

Así como su padre, Fernando también rezaba: “Pero para que ese matrimonio llegase a su fin. Porque entre esas súplicas crecí”, confiesa. “Cuando veía que mi viejo era violento con mamá y ella con él, les gritaba: ‘¡Sepárense! ¡Por favor, sepárense!’. Puedo asegurar que ese llegó a ser mi sueño. Rogaba que ese vínculo espantoso se terminase de una vez. Porque yo no podía elegir. Al principio no tenía la edad para agarrar las llaves y pegar la vuelta. Y luego, cuando la tuve, no me dieron los huevos para hacerlo”, analiza. “Sentía terror al dejar a mis viejos solos, porque realmente no sabía qué podía pasar con ellos. Estaban muy chapa los dos en esa unión enferma”. Respecto de si en esas trifulcas cotidianas volaban golpes, Dente responde: “Sí, el vínculo era muy violento. Obviamente más de mi papá hacia mi mamá, por un cuestión física”, describe. “Esa relación estaba mal bajo todo punto de vista. Y fue, para mí, una gran escuela de todo lo que no quiero ser ni hacer. Así como lo digo, sin posibilidad de rescatar de ahí absolutamente nada”.

“Entonces me desesperaba sentirme prisionero de todo eso. ¡No quería más! Yo sabía que llegaba papá y había quilombo en puerta: insultos, empujones, platos que volaban, la policía en la puerta, llamada por los vecinos… Un verdadero desastre”, revela. “Hoy me cuesta mucho discutir. En el ámbito que sea, no logro tolerar una mala contestación ni un mínimo maltrato. Mi cuerpo lo repele, me anulo por completo. Y estoy muy atento a la toxicidad, a lastimar a otros. Por eso aprendí a elegir a quiénes acercarme para la vida y para el amor”.

Cuando la hostilidad parecía calmar dejando el ambiente sin peligro aparente, y descansando de su triste rol de “referí”, Fernando apelaba al ejercicio que se inventó como refugio. “Tenía 13, 14 años, entonces me encerraba en el baño mirando la pared, ni siquiera el espejo, y visualizaba una balanza. De un lado ponía la pelea de turno, todo eso que acababa de pasar, y del otro, mi vocación, la esperanza del futuro. Era como hacerme entender, a mí mismo, que eso no podía ser todo para mí. Y que, tal vez, habría una especie de meritocracia que ajusticiaría lo que me bancaba. Porque durante muchos años pensé que cuanto más graves eran las cosas que me pasaban, más alto llegaría”, argumenta.

Cuando el 21 de octubre de 2007 el jurado de High School Musical: la Selección (El Trece) lo anunció triunfador, Fernando no sólo ganó el protagónico que daría inicio oficial a su carrera profesional, la confirmación del camino correcto o “la materialización de un sueño”, sino también cierta “liberación” de aquella pesada responsabilidad, una “amiga hermana” fundamental para el resto del trayecto y hasta la certeza (y celebración) de su identidad sexual. E iremos por partes.

En principio, siempre ha sido un “autogestionado” de cara su deseo. La soledad y “el hecho de jamás haberme percibido como niño” tuvieron mucho que ver con eso. En los tiempos de tedio, “exploraba las páginas amarillas y llamaba a los canales de televisión para saber cuándo había audiciones”, recuerda. Ya había participado de My First Lady, en versión barrial. Había sido El Mono Monigote en El sueño del Payaso Maravilla, del Italiano al Vitral. Y con 12, y hasta Midón, volanteaba en el shopping de Caballito y frente al Gran Rex (que más tarde colmaría), en intentos de llevarse el público que había quedado fuera de alguna función de Piñón Fijo. “En casa, actores eran Ricardo Darín (66) o Guillermo Francella (68), el resto dormía bajo un puente”, dice respecto de los prejuicios. “El final del cuento dice que mis viejos supieron verme, pero en la trayecto todo fue a destiempo. Ellos no me estimularon en ni para nada, pero realmente agradezco que no hayan puesto ni medio freno en este andar. Aún cuando todo costaba demasiado. Porque nada era fácil, ni logística ni económicamente”.

En revisión de otra arista, Dente relata: “Ya en el último casting, cuando me avisaron que había quedado entre los 20 de 26 mil postulantes, todo cambió. Ese fue un momento de inflexión en mi historia. Habían sido siete años de padecer el vínculo de mis padres. Y te juro por mamá que pude verme desde arriba. Tuve el registro de cómo el alma se me desprendía del cuerpo. Sentí una especie de autonomía muy fuerte. Una forma de hacerme cargo. Un: ‘Esto es mío y depende de mí’. Como si pudiera desligarme del deber de cuidar que mis padres no se matasen entre ellos, de contener a uno, de tranquilizar al otro… Fue ahí que murió una parte de mí. Me dije: ‘Fer, aquí empieza tu vida’”, cuenta el anfitrión de Noche al Dente (América), que desde mayo de 2024 dirigirá RENT, de la mano de los mismos productores de Heathers, The Musical.


     
 
 

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