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Llegó a River tras sufrir una gran tragedia familiar y logró ganar todo
Lunes, 29 de abril de 2024
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 El Tapón Gordillo brilló en el Millonario, donde todavía sigue trabajando en la formación de jóvenes talentos. Estuvo a punto de jugar el Mundial 82 con la Selección y también celebró en Independiente: “Por siempre seré un agradecido del fútbol”.
Un mediodía en el Monumental. Aún con los ecos en fuga por la actuación de River la noche anterior. Las particulares calles aledañas, con aire de barrio, pese a la alta alcurnia que denuncian algunas de sus casas. La vereda del club sobre Alcorta, con el bullicio de los chicos de las inferiores que salen de su rutina, en medio de quienes pugnan por esa foto soñada con el fondo del estadio, topándose con los que van en busca del moderno museo o de la estatua de Marcelo Gallardo. En medio de la multitud, el encuentro con el Tapón Gordillo, con ese don de la calidez que no ha perdido, pese a la gloria que atesora con esa camiseta.
Siempre será placentera la charla con esta clase de protagonistas, que supieron de las grandes luces, pero jamás se encandilaron. De aquellos que estuvieron en la cresta de la ola, pero sus modos han sido, inalterablemente, más cercanos a la calma de un río que a la majestuosidad del mar. Esa discreta sensibilidad del Tapón para contar con naturalidad una vida llena de los más variados episodios, como aquella noche que River saldó la deuda más pesada de su historia: “Tuve la suerte de vivir muchas cosas lindas en el fútbol, pero ser protagonista del día que River ganó por primera vez la Copa Libertadores fue un sueño hecho realidad, cumplir con algo que siempre quise y que, a su vez, sepultaba tantas frustraciones que había vivido la institución. El contexto fue maravilloso, con el estadio repleto y la épica de la lluvia. Pero sobre todo hay una cosa me emociona hasta el día de hoy: ver a la gente grande llorando de alegría por haber terminado con tantos años de dolor y extirpar el apodo que todavía dolía y mucho en esos tiempos. Habíamos logrado sacar un inmenso peso de encima”.
La tapa de El Gráfico en un clásico, a dos días de haber sido desafectado de la Selección para el Mundial '82 Su llegada a Núñez, cuando la década del ‘70 daba sus primeros pasos y River atravesaba el tormento deportivo de no poder salir campeón. Pero en la vida de Jorge pasaban cosas mucho más profundas: “Atravesamos una desgracia familiar en el ‘72, cuando mis dos hermanos, Raúl y Máxima, fallecieron ahogados en el río de Quilmes. Ellos tenían 14 y 15 años y yo estaba por cumplir 10. Fue tremendo y era tanto el dolor que tenían mis padres que una forma de mitigarlo fue acompañarme y llevarme a jugar a la pelota, porque también era la excusa para salir un poco de la casa. Había quedado como la única tabla de donde agarrarse para poder seguir viviendo. Por siempre seré un agradecido al fútbol y a River, porque me dieron esa posibilidad a mí y a mis viejos, si bien fui consciente que la mitad de mi mamá se fue con mis hermanos. Jugaba en el club La Espumita de Quilmes y un señor que trabajaba mirando pibes nos trajo a varios a probarnos al club. Con 10 años y viniendo a entrenar una o dos veces por semana, comenzó mi historia en la institución, en la que ya llevo más de medio siglo. Eran tiempos del viejo Monumental, cuando aún no se había cerrado la tribuna superior, por eso me parece maravilloso haber sido testigo de todas las transformaciones, hasta llegar a ahora. El destino me premió con la suerte de tener grandes maestros, como Adolfo Pedernera, quien me honró al compartir muchos almuerzos con él”.
El pibe se iba destacando en las Inferiores, pero de pronto, como en una mágica tormenta futbolera, diluviaron todas las buenas juntas: “Había hecho hasta la Sexta y comencé a alternar en Reserva, en tiempos en los que era convocado a la selección juvenil. Un viernes por la tarde golpearon la puerta de mi casa, porque no teníamos teléfono y era Blanco, un delegado del club que vivía en la zona Sur, para decirme que tenía que ir al estadio a concentrar con la Primera. Si bien me entrenaba a veces con ellos, compartir eso era maravilloso. Era como ver a Superman, Batman o cualquiera de los superhéroes (risas), porque ahí estaban Fillol, Passarella, Tarantini y Alonso, entre otros. Llegué a la concentración y me quedé en un rinconcito al lado del ascensor, hasta que vino uno de los mozos: ‘¿Nene vos qué querés acá?’. Ahí le expliqué, pero mucho no me creían (risas), hasta que llegó Talamonti, el ayudante de Ángel Labruna y me llevó a la zona de las habitaciones. Pensaba que al día siguiente iba a ir al banco contra Argentinos en la cancha de Atlanta, pero el Conejo Tarantini amaneció con fiebre y fui titular, en un debut bastante raro, porque a los pocos minutos, cerré mal a la espalda de Passarella y le metí un golazo en contra al Pato (risas). Apreté los dientes y le di para adelante, porque tenía que demostrar personalidad. Por suerte ganamos 6-1″.
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