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Simuló su muerte porque su familia no aceptaba que era gay
Lunes, 22 de abril de 2019
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Evandro Schwirkowsky aparecía en la lista de desaparecidos por la avalancha en Minas Gerais. Todos pensaban que había muerto, pero se había escondido porque estaba harto de que lo persigan por ser homosexual.
Puede haber diferentes razones para querer desaparecer, borrarse a sí mismo de este mundo para siempre. El suicidio es la manera más extrema y dramática de hacerlo, pero puede haber otras. Es posible que alguien desee todos los efectos de su definitiva desaparición física, menos la muerte, porque no es de la vida en sí que quiere escaparse.
En febrero de 1992, el abogado Patrick S. Lanigan murió en un accidente de tránsito. Su cuerpo fue enterrado en Biloxi, Mississippi, entre lágrimas de su mujer y sus hijas. Pero, un mes y medio después, cuando nada menos que noventa millones de dólares desaparecieron misteriosamente de la empresa donde había trabajado, sus socios comenzaron a sospechar que Lanigan estaba vivo, disfrutando del dinero en algún lugar del mundo, con una nueva identidad.
La historia de Patrick es pura ficción, obra del gran escritor norteamericano John Grisham, pero fue en Brasil, el país al que su personaje escapa para vivir más rico, más flaco y con otro nombre, que un joven de 23 años decidió a principios de este año simular su propia muerte. Esta vez, sí, en la vida real.
Cuando, el pasado 25 de enero, una represa de la mina Córrego do Feijão, de la megaminera Vale, se rompió y provocó una catástrofe humana y ambiental que puso a la pequeña ciudad mineira de Brumadinho en los diarios de todo el mundo, la lista de muertos y desaparecidos aumentaba y disminuía a cada hora. Nadie sabía, al principio, cuántos trabajadores había en la mina y sus alrededores a la hora de la tragedia, y los trabajos de rescate fueron muy difíciles y se extendieron por varios días.
Entre las posibles víctimas cuyos cuerpos no llegaron a ser identificados, estaba Evandro Schwirkowsky, un joven nacido en la ciudad catarinense de Corupá que vivía con su novio en Salvador, había viajado a Brumadinho buscando trabajo en la mina y nunca había vuelto. Su familia, que no tenía una buena relación con él, no sabía que Evandro estaba en la mina hasta que recibió con sorpresa la visita de profesionales del Instituto General de Pericias, que recolectaban muestras de ADN de familiares para cotejarlas con las de los cuerpos que iban siendo hallados en el lugar.
El cuerpo de Evandro nunca apareció, pero él tampoco volvió ni dio señales de vida, aun después que su nombre estuviera en todos los diarios como víctima. Su caso había tenido gran repercusión y sus familiares dieron entrevistas a diferentes medios de comunicación.
“Lo único que queremos es una respuesta, para poder enterrar a mi sobrino, el único hijo de mi hermano”, le dijo su tía Ivanir en marzo al diario local Correio do Povo. La tía también contó que una familia había la había visitado mostrando un contrato de compraventa de una propiedad que el joven desaparecido les había vendido por 20 mil reales, haciéndose pasar por su padre.
Pero no fueron esos 20 mil reales —mucho menos que los 70 millones del abogado de la novela de Grisham— que llevaron a Evandro a dejar que todos creyeran que estaba muerto. Tampoco lo había planeado meticulosamente, como el personaje de la novela, ni había huido a otro país, con documentos falsos y un nuevo rostro diseñado por un cirujano plástico. Lo suyo fue más accidental e improvisado, apenas una infeliz coincidencia que lo llevó a tomar una decisión de la que hoy, casi tres meses después, dice estar arrepentido.
Había ido a Brumadinho en busca de trabajo, pero al final decidió volver a Salvador, donde vivía con su pareja, Edemilson de Jesus Silva. Dejó la mina una hora antes del desastre que, al volver, ya estaba en todos los canales de noticias. Llegó a la capital bahiana en medio de la conmoción nacional por la tragedia de Brumadinho y, cuando se dio cuenta de que su nombre estaba en la lista de desaparecidos, luego de caminar largo rato sin rumbo mientras pensaba qué hacer, decidió esconderse y dejar que todos creyeran que estaba muerto.
Hacía seis años que su relación con la familia se había roto porque su padre no aceptaba que fuese gay, ni su relación con Edemilson. Según relató esta semana en entrevistas a medios locales, había tenido que irse de su ciudad natal y mudarse varias veces, porque los perseguían y amenazaban. “O fingía que estaba muerto o iba a morir de verdad. Mi padre y mi familia tienen odio y asco de mí”, explicó el joven al Correioluego de revelar que estaba vivo, tras pasar ochenta días desaparecido. “Cuando supe de la tragedia tuve esta idea, para que mi familia se librara de mí”, agregó.
Sucede que la vida real no es como las novelas de misterio —aunque esta historia, aún confusa, lo parezca— y Evandro se dio cuenta que no podía vivir escondido para siempre. Extrañaba a Edemilson, que no sabía la verdad porque no había querido comprometerlo. Sintió que había hecho una estupidez y terminó hablando con él para contarle la verdad.
Ahora que su nombre está de nuevo en los diarios, dice que su familia no entró en contacto con él y que lo único que espera es que, ahora que saben que está vivo, finalmente lo acepten como es.
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